Voluntariado en Calcuta

Voluntariado en Calcuta

Durante este mes de Julio varios antiguos alumnos del Colegio hemos tenido la suerte de poder realizar un voluntariado en Calcuta. Del grupo, formado por nueve jóvenes y dos sacerdotes, cinco estudiamos en El Vedat: Andrés Gómez, Vicente Miralles, Vicente Sanchís, Enrique Martí y Pablo Soriano.

Llegamos al aeropuerto de Calcuta el 2 de Julio, después de un día de viaje, haciendo escala en Dubái. Nos alojamos a pocos metros de Mother House. Allí está la tumba de la Madre Teresa.

Nuestro día a día consistía principalmente en acudir por la mañana al voluntariado que se nos había asignado, mientras que por la tarde visitábamos los lugares más interesantes de la “Ciudad de la Alegría”.

A las 6:00 a.m. acudíamos a la celebración de la Santa Misa en Mother House. Junto con las hermanas Misioneras de la Caridad y muchos voluntarios de diferentes países. Tras la Misa, el desayuno. La hermana encargada de los voluntarios dirigía una breve oración, y ya cada grupo se dirigía al lugar donde se le había enviado: a la casa de moribundos, a la de niños abandonados, jóvenes con discapacidad, etc.

Nuestra labor consistió principalmente en ayudar en la cura de heridas a las personas que llegaban de la calle, ayudar a dar de comer a todos los enfermos, dar paseos a jóvenes con gran discapacidad, limpiar la ropa de las distintas casas, hacer un rato de compañía a personas que habían sido abandonadas y que habían sido acogidas por las hermanas.

Por las tardes, después de la un rato de oración ante el Santísimo, visitamos algunos templos conocidos de la ciudad, el gran cementerio colonial, el “Victoria Monument”, la Catedral, etc.

Ha sido una gran experiencia. Calcuta es una ciudad pobre. Más bien hay dos “calcutas”: la de la mayoría, que vive pobremente, muchos de ellos en la calle, junto con la basura; y la de los ricos, que parece vivir totalmente al margen de los más pobres.

A pesar de la mala alimentación, altas temperaturas, fuertes olores, de las situaciones de gran miseria e historias de pobreza y dolor, con el paso de los días uno se va enamorando de aquella ciudad, de la labor de las hermanas, de la Madre Teresa, de la gente que encuentras tirada por la calle, de los enfermos del voluntariado… Aprendes a valorar todo lo que aquí tenemos.

Como “anécdota” destacaría el fuerte contraste entre Calcuta y Dubái. En el viaje de vuelta hicimos también escala en la ciudad situada en pleno desierto de Arabia, y pudimos visitarla, pues teníamos tiempo suficiente entre un vuelo y el siguiente.

Justo antes de subir al autobús que tenía que llevarnos al aeropuerto de la ciudad de la Madre Teresa, encontramos en la calle a un anciano abandonado. Vestía pobremente. Parte de su pierna y todo su pie estaban totalmente abiertos. Parecía un soldado de alguna de esas películas de guerra, donde al estallar una granada, una parte del cuerpo queda totalmente destrozada. Allí estaba ese hombre, sentado en la calle. Poco a poco, sin importarle los coches, las vacas que de un lado a otro caminan despreocupadas, sin importarle tampoco nuestra presencia, iba sacando de su herida uno a uno pequeños gusanos que aplastaba contra el suelo. Nosotros avisamos a las hermanas. Y al poco tiempo, ya estaba en una de sus casas.

En Dubái, se acabó el constate y penetrante ruido del tráfico de Calcuta; también la basura amontonada en todas las aceras. También los mendigos, y los edificios a medio hacer. En Dubái, estatuas de caballos de oro por las calles, coches de lujo, grandes rascacielos, hoteles donde pasar una noche podía costar hasta 25.000 euros, etc.

Entonces, a uno le venía a la cabeza aquella anécdota que cuentan de Madre Teresa. Cuando un periodista norteamericano la vio atendiendo a un enfermo con heridas putrefactas, le dijo que él no haría eso ni por un millón de dólares. "Por un millón de dólares tampoco lo haría yo", respondió Madre Teresa.